Hablar de una dama tan venerable como
Cumaná, que ya arriba a 500 años y sigue como si ná, necesita de ciertas
peculiaridades. La ciudad sigue conservando su provincianismo y costumbres
lingüísticas, que no parecen variar. Aquí todavía te puedes tirar una placa o
una foto (tomarte una foto o hacerte los rayos X), lanzarte de desayuno una arepa
pelá junto a un pastel de chucho o unas pepitonas guisadas.
Si nos asomamos a las bodegas, oiremos a
los guarichitos (los niños) pedirle al encargado 2 catalinas, la azúcar, lo
jabón, 3 zumbies, 4 tetas de tamarindo o de mango y a maita (a mamá) que le mande
2 tabacos. Si caminas un poquito más y se te antoja un dulce, puedes degustar
un bombón, unas crinolinas, tal vez coquitos colorados, azules o amarillos (de
verdadero coco) o embarrarte los dedos y la boca con pulpa de tamarindo, jalea
de mango, o unos gloriosos besitos de coco con papelón y clavos de La India.
En el almuerzo, te sientas a comerte un cruzao
de pescao con pollo, con una arepa de maíz amarillo al lado, o degustar un
futre o bagre sudao en cerveza, rociadito con picante casero acompañado de un
rico casabe galletita o sencillito, te comes un plato de jurel salado, cocido
con abundante ají dulce, bollitos de maíz tierno y “tas hecho”, y pa’ bajar
todo eso, una jarra de papelón con limón bien friito y luego, a echarse en el
chinchorro, ¡porque la calor me está matando!