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Regionalismos y Orientalismos. Parte II



     En la entrega anterior, les comentaba que el hablar de Oriente es sumamente particular. Hablamos con ceceo y, en ocasiones, tan rápidamente que es difícil para él no acostumbrado entendernos. Nuestro argot incluye términos muy particulares: nuestros abuelos se encalamucaban (se enredaban) si los apurábamos.


Tendemos a mochar o mancar (disponer o gastar) los reales del presupuesto casero; ¡ya manqué los riales de las hallacas! Nos encanta el mantequeo (hacer poco, ganar mucho y ufanarse de ello), y abusamos del manguareo (el dolce far niente: ¡tengo una flojeeeraa!). En la familia siempre hay un mano floja (el que gasta dinero a troche y moche), y también tenemos al mano larga, al bolero (atrevido, malcriado y respondón), y al manganzón (perezoso, holgazán, y de paso, ¡consentido!). Los nietos son el delirio de los abuelos y si caminan rápido, mejor. Por complacerlos, algunos terminan cambaos o cambetos (esto es, con las piernas en arco hacia afuera). 


     En la amplitud de nuestro lenguaje y geografía, en los llanos, a esos especímenes se les denomina patizambos o manetos (con las piernas en arco hacia adentro), y a las personas de extracción humilde se les dice camisa de mochila (esto es, sin un centavo en el bolsillo). A los muchachos malucos, bravucones e incorregibles, se les denomina mandinga o mandinguita, según la edad del interpelado. ¿Vives en una casita de bahareque con techo de láminas de zinc y el agua se cuela? Entonces tienes un manare por vivienda. También es común escuchar “fulano está prendío”. No, no es la antorcha humana, solo bebió en exceso. Estas son las maravillas de nuestra lengua. Si quiere saber más, no deje de leer nuestra próxima entrega.


Autor: M. Sc. Jesús Navas Bruzual

Lingüista & Traductor

 IUTIRLA Extensión Cumaná


 

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